Las marcas e intervenciones en la dermis, como los tatuajes y el piercing, constituyen en los adolescentes un proceso de apropiación del cuerpo, un baluarte de identidad, aseguró la académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, Janett Esmeralda Sosa Torralba.
Lo anterior se debe a que otorgan una idea de permanencia y reaseguran un aspecto narcisista del congelamiento del tiempo; es decir, una ilusión de inmortalidad.
Al dictar la conferencia “El cuerpo como medio de expresión en la adolescencia”, en el auditorio “Dr. Luis Lara Tapia”, de la FP, Sosa Torralba aclaró que es importante hablar de adolescencias porque tienen que ver con una experiencia subjetiva, enmarcada por lo social; “cada persona lo transita de un modo distinto de acuerdo a su historia”.
No obstante, de manera general, “el cuerpo es un medio privilegiado de expresión, incluso alguna información mediática coadyuva a que se modele el cuerpo y a ajustarse a los cánones estéticos corporales establecidos, por lo que se usa la modificación de este como protesta”.
El adolescente, abundó, busca una superficie del cuerpo “que deslumbre, que aplaque la angustia de no existencia, de sentir que no existe”, por eso el cuerpo le sirve como crítica social.
“Hay un interés que muestran los adolescentes en su propio cuerpo, por lo que esos piercings o tatuajes son un enlazamiento entre lo social y lo subjetivo, van construyendo una representación de imagen corporal, y así la interiorizan como un objeto para ir en búsqueda de otros objetos”, añadió.
En esa corporalidad adolescente, continuó, hay transformaciones puberales; ellas y ellos buscan forjar una imagen de sí mismos que incluya su integración, por lo que cuestionan su imagen corporal construida y buscan estructurar una nueva identidad. “No solo es la parte externa del cambio, sino lo que van sintiendo porque también hay una maduración neurológica y endocrinológica”, subrayó.
Metamorfosis
Ese cuerpo que estaba acostumbrado a la infancia vive y padece los cambios, por lo que el trabajo del sujeto es ahora de integración, la cual en ocasiones se da en un proceso de amor-odio “por la destructividad que implica crecer”, aseveró la especialista de la FP. “Hacerse una herida, un corte, los tatuajes, son un acto impulsivo para aliviar un cierto dolor”.
Es importante saber, continuó, que se puede vivir con cierta violencia este crecimiento de cambio corporal, porque de alguna manera se destruye esa imagen que se tenía de la infancia, además no hay que olvidar otros factores que intervienen como las condiciones alimentarias, habitacionales, culturales y familiares, entre otras.
El adolescente vive el duelo del cuerpo infantil ante las nuevas exigencias de su ingreso a un mundo adulto. Además, hay una presencia hegemónica del cuerpo joven, con patrones ideales, donde quien no los cumple se siente excluido.
“Hay que dar a los adolescentes los medios de incorporarse a una cultura, sin exigirles que la reproduzcan ciegamente y que puedan apropiarse de una práctica, que puedan construir sus propios conocimientos, valores y sus tradiciones de la época”, concluyó.