El pelotón del Tour de Francia reposó este lunes en el departamento de Isère; la mayoría, en la ciudad de Grenoble y sus alrededores. Descanso bajo un sol idílico, en un entorno bucólico, rodeado por unos Alpes que vigilaban a los ciclistas como para advertirles de que les esperan. Dentro de todo amante de la bicicleta conviven el adepto de la naturaleza, de sus paisajes y del aire puro, y el temeroso de las deshidrataciones, de las pájaras, de las tormentas, de las bajadas vertiginosas y de los repechos imposibles. Por eso, para quienes amamos el ciclismo dormir entre montañas es a la vez una promesa y una amenaza.

Con las piernas y la mente relajadas después de un día ideal para lamerse las heridas, evaluar daños y felicitarse por lo conseguido, los corredores se encontrarán entre La Tour-du-Pin y Vilard-de-Lans un territorio ideal para jugar a ser ciclistas. El llano de nuevo brilla por su ausencia. Los repechos aparecen desde los primeros kilómetros, garantizando una fuga de calidad. Las pendientes serán más amables que en días precedentes. Imponerse no será cuestión de ritmo tanto como de estrategia. Por supuesto, la capacidad física es elemental. Pero entramos en un escenario nuevo en que la sangre fría y la experiencia son, también, bazas ganadoras.