La memoria y el testimonio de las víctimas del Holocausto sirven para tratar de entender lo inentendible: el exterminio de seis millones de judíos, la matanza de millones de personas en el evento considerado la cumbre de la barbarie humana, y para reflexionar cómo se construye la indiferencia cuando vemos sufrir, aún hoy, a grupos de perseguidos y exiliados en el mundo, afirma la académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM, Judit Bokser Misses-Liwerant.

¿Hasta dónde puede llegar la condición humana? ¿Lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial fue una excepción? ¿Sucesos como aquel nos seguirán acompañando?, cuestiona la socióloga y politóloga. Así como hay diferentes modos de discriminar, el genocidio no es sólo uno; la catástrofe fue singular, pero todos ellos son condenables, reprobables, y nos llevan a pensar cómo internalizamos situaciones y dejamos de percatarnos de su desarrollo progresivo.

La historia, continúa la también directora y editora de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, tiene el fin de esclarecer qué sucedió y lo que puede volver a ocurrir. Por eso, el lema de exterminio del pueblo judío a manos de los nazis, “Nunca jamás”, también puede orientar a otras realidades donde ha habido persecución y matanza.

Con motivo del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, la integrante del Sistema Nacional de Investigadores y de la Academia Mexicana de Ciencias, resalta el papel de la educación para minimizar las ideologías de odio.

Es el mejor modo de conmemorar y honrar a quienes murieron, y perpetuar así esa remembranza; no podemos permitir que se diluya en lo efímero de una fecha. En un día como este debemos convocar a diferentes instancias de la sociedad y los gobiernos a que promuevan que la “solución final” de Hitler no esté ausente cuando los niños y jóvenes estudian historia mundial.

En ese ámbito todavía tenemos un terreno amplio por explorar, opina la experta. Y ello es urgente cuando hoy, una de las expresiones del antisemitismo es, precisamente, la negación del Holocausto.

Por otra parte, afirma: “hay grupos realmente discriminados en nuestra sociedad, en la forma más externa: material, cultural, social, como los indígenas o las minorías religiosas, pero también de formas más ocultas, no inmediatamente visibles, que tienen que ver con estereotipos y prejuicios. Debemos preguntarnos si para respetar al otro tenemos que ser iguales, o si podemos aprender a vivir en la diferencia. La otredad es circular y hay que educar con la conciencia de que la condición humana es diversa y plural”.

El 27 de enero se recuerda la liberación en 1945, por parte de las tropas soviéticas, del campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau, el más grande; la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó oficialmente esa conmemoración en 2005.

Cuando los soldados entraron al lugar “encontraron vivos solamente a algunos miles de prisioneros hambrientos. Había abundante evidencia del exterminio masivo. Los alemanes habían destrozado la mayoría de los depósitos en el campo, pero en los que quedaban los soviéticos encontraron las pertenencias de las víctimas. Descubrieron, por ejemplo, cientos de miles de trajes de hombres, más de 800 mil vestidos de mujeres, y más de 14 mil libras de cabello humano” (Enciclopedia del Holocausto, United States Holocaust Memorial Museum, https://encyclopedia.ushmm.org/es). En los meses siguientes, las tropas soviéticas, británicas y americanas liberaron al resto.

Shoá

A pesar de que en la historia de la humanidad se han registrado matanzas y asesinatos, el Holocausto (Shoá, en hebreo) no tuvo precedentes. Dentro del nazismo, la persecución y exterminio del pueblo judío no fue algo marginal ni lateral, sino el eje de una serie de acciones intencionales y premeditadas para lograr ese objetivo.

Aunque entre las víctimas también se encontraban gitanos, comunistas, homosexuales o prisioneros de guerra soviéticos, el pueblo hebreo fue el blanco central del régimen encabezado por Hitler. “La destrucción, el asesinato y la desaparición de la vida comunal fueron un fin en sí mismo, y un Estado canalizó sus esfuerzos, instituciones gubernamentales y capacidades industriales, tecnológicas, económicas y científicas, para cometer este atentado masivo”, relata Bokser Misses-Liwerant.

“Perecieron seis millones de judíos, cifra que constituye las dos terceras partes de los nueve millones que habitaban Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, y un tercio de la población judía total en el mundo en esa época”. (El rostro de la verdad. Testimonios de sobrevivientes del Holocausto que llegaron a México. Dirección y coordinación del proyecto: Sharon Zaga Mograbi y Emily Cohen Cohen, Memoria y Tolerancia, A.C., 2003).

Los guetos (como los de Lodz y Varsovia, donde murieron 112 mil 463 personas de 1941 a 1942 por inanición y enfermedades); los escuadrones de fusilamiento (Einsatzgruppen), que asesinaron a un millón 200 mil judíos en los diferentes territorios tomados por los alemanes; o los seis campos de extermino, como el de Treblinka, donde fallecieron cerca de 870 mil hombres, mujeres y niños, fueron la culminación de ese proceso.

Se buscaba la aniquilación sin dejar rastro, despareciendo aquello que pudiera dar testimonio de lo realizado por los nazis, y frente al dolor y el desafío de lo que significó la shoá, “la memoria se constituyó en un recurso de afirmación de los propios actores”, considera la universitaria. Es un modo de sustentar lo que en hebreo y en la tradición histórica judía es el imperativo del verbo zajor, ¡recuerda!

Luego del Holocausto hubo una conspiración del silencio; no es que las víctimas se negaran a hablar: no se quería escuchar lo que era una absoluta pesadilla frente a un siglo XX que apostaba a la racionalidad, la civilización, el progreso y la ciencia, asevera la profesora e investigadora de la FCPyS.

“Cuando eso se rompe, cuando hay un reconocimiento y nuevas fuentes de estudio, así como una mayor conciencia de que esa historia marcó al pueblo hebreo y a la humanidad; en ese momento es factible confrontarnos con la memoria, y también con aquellos que hoy quieren borrarla”, enfatiza.

En la actualidad esa remembranza se exige ante las dudas puestas en torno a la veracidad de la historia, cuando se cuestiona su realización y se distorsionan los hechos en la sociedad y las redes sociales, alerta Judit Bokser. Poner en duda esa realidad es un acto de antisemitismo. Por eso, “hoy más que nunca es imperioso rememorar para homenajear a quienes se fueron, para aprender, para el presente y el futuro”.

“Llegó el día de la liberación. Al ver el portón abierto empezamos a caminar y a gritar sin saber con certeza lo que pasaba. Fueron los norteamericanos quienes nos liberaron. Nos dieron de comer y muchos perdieron la vida porque sus cuerpos no soportaron el alimento. Así murió mi hermano mayor”, menciona uno de los testimonios recopilados en El rostro de la verdad, de Shie Gilbert Pianko.

El preso 73670, nacido en el pueblo de Ciechanow, Polonia, el 9 de agosto de 1920, sobrevivió a estancias en tres guetos y tres de las más terribles fábricas de muerte que jamás concibió el hombre: el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, y los de Mauthausen y Ebensee, en Austria, se lee en Una introducción al libro El último sobreviviente, de Arón Gilbert (Solar Editores, 2007, https://issuu.com/zenker/docs/el_ultimo_sobreviviente).

De visita en la UNAM en 2004, Shie Gilbert Pianko relató que al término del conflicto que lo dejó sin miembros de su familia –fue el único de 63 integrantes que sobrevivió–, llegó a nuestro país. No conocía esta sociedad, pero a décadas de distancia decía sentirse orgulloso de ser mexicano. “No existe otro pueblo igual, me recibieron con los brazos abiertos. Pronto seré bisabuelo y todo lo logré aquí”, recordaba el hombre de entonces 84 años.

Judit Bokser rememora que llegaron a países y comunidades donde eran vistos como quien regresa del “más allá”, y tuvieron que recuperarse del infierno cotidiano que padecieron para poder construir una familia y arraigarse, proceso que tampoco fue fácil. Después de la deshumanización total, de perderlo todo, hasta el nombre por un número tatuado en el brazo, los sobrevivientes deben ser considerados como héroes. A 77 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, “hoy sabemos lo mucho que sufren los migrantes forzados”.

Por Veral