“Este será mi último abrazo, este será mi último guiño, este será mi último beso. Cuán dolorosa es la separación”, recita Shakespeare en Romeo y Julieta, el drama amoroso por antonomasia. ¿Qué tal un ejemplo local? “El que ama no puede pensar, todo lo da”, cantaba el Príncipe José José. Y uno más: “Yo sí cambié por ti”, le espeta Fiona a Shrek en un popularísimo meme.
En otros tiempos, prometer compañía “hasta que la muerte nos separe”, no era una idea necesariamente de eternidad. De acuerdo con el INEGI, la esperanza de vida en 1950 era de 45 años para hombres y casi 49 para mujeres. Hoy en día, los indicadores por sexo ascienden a 72 y 78 años respectivamente.
La Dra. Claudia Alonso González, responsable del área de Género de la IBERO Puebla, está convencida de que la experiencia del amor no solo es arcaica, sino que se vive de forma diferenciada. Explica la académica que los primeros días el enamoramiento puede embelesar a ambas partes de forma equitativa; la inflexión, generalmente en contra de las mujeres, llega después.
Comienza entonces lo que la socióloga denomina una “colonización amorosa”: la persona enamorada renuncia a su ‘yo’ y coloca a su compañero en el centro de su existencia, lo que provoca que el resto de las parcelas de la vida queden relegadas u olvidadas.
Por supuesto, se trata de una construcción social basada primordialmente en los roles de género. La feminidad es asociada a la entrega y fusión con el otro, lo que condena a las mujeres a convertirse en seres nutricios, al servicio de los demás. Apunta Alonso González: “[Se dice] ‘Esta chica es una buena pareja porque mira cómo te cuida’. El problema es cuando no es recíproco”.
Del otro lado, la construcción del ‘ser hombre’ está vinculada a valores como el poder, el control, la fortaleza y la toma de decisiones. Para el Dr. Quetzalcóatl Hernández Cervantes, coordinador del Doctorado en Investigación Psicológica de la IBERO Puebla, este imaginario emana de una visión patriarcal del mundo y desencadena una serie de violencias contra las mujeres, pero también contra los propios varones.
Una de las expresiones más básicas de la ruptura de la luna de miel es el celo. Explica el psicólogo: “Se espera que [como hombre] seas celoso porque nadie debe meterse con lo tuyo”. Cuando el cuidado se convierte en dominación el romanticismo abre la cloaca de violencias, todas ellas asociadas erróneamente con el amor.
Mandatos sociales
La experiencia de vida es normativa en cuanto al género. Las fiestas de revelación de sexo encierran al bebé, sin haber nacido siquiera, en el binomio azul-rosa. Al crecer, los infantes encuentran en sus actividades y juguetes las distinciones entre niños y niñas. Estos roles se extienden a las relaciones amorosas, incluso las homosexuales: “¿quién de ustedes es el hombre?”, suelen detonar las parejas lesbianas.
A decir de Hernández Cervantes, estas expectativas distorsionan las habilidades sociales y determinan la gestión de los afectos. Mientras que es permisible el cariño y la ternura entre mujeres, las relaciones entre hombres suelen ser bruscas.
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De acuerdo con el INEGI (2016), el 43.9% de las mujeres mayores de 15 años han experimentado violencia en la pareja. De estas, el 41.1% han vivido violencia emocional, 20.9% violencia patrimonial, 17.9% violencia física y 6.5% violencia sexual.
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Cada parte tiene su responsabilidad en la prevención de las violencias en el ámbito de pareja. Claudia Alonso invita a las mujeres a legitimar sus sentimientos, sus “males no nombrados”, y acudir a miradas expertas para nombrar esas emociones, indagar su origen y trabajar en ello.
Por su parte, Quetzalcóatl Hernández exhorta a los varones a validar sus afectos tanto de manera individual como con otras personas. Esto permitirá construir vínculos interpersonales basados en la empatía y el reconocimiento mutuo. “Una relación de pareja lleva al crecimiento. Si yo detecto que ya hay competencia, ‘a ver a quién le duele más’, esas son señales de alerta”.
Amor moderno
Aunque pudiera parecer de otra manera, el amor romántico codependiente está en todas partes. Los académicos de la IBERO Puebla coinciden en que una forma saludable de amar está basada en el diálogo abierto y en el cuestionamiento de las prácticas shakesperianas hoy obsoletas.
Alonso González entiende el romance como el vínculo entre dos libertades que se encuentran, no necesariamente que se complementan. Se trata, describe la experta, de una relación de crecimiento mutuo cuya acotación permite experimentar plenamente otras áreas de la vida. Además, esta perspectiva permite prevenir violencias graves y concientizar que el vínculo puede terminar.
Quetzalcóatl Hernández añade que las relaciones deben basarse en el anhelo de un futuro común, no en la nostalgia por un pasado que no es más. En palabras de Sally Rooney en la novela Gente normal (2018): “Todos estos años Connell y ella han sido como dos plantitas compartiendo el mismo trozo de tierra, han crecido el uno en torno al otro retorciéndose para hacerse sitio, adoptando posturas improbables”.
Mandatos sociales
La experiencia de vida es normativa en cuanto al género. Las fiestas de revelación de sexo encierran al bebé, sin haber nacido siquiera, en el binomio azul-rosa. Al crecer, los infantes encuentran en sus actividades y juguetes las distinciones entre niños y niñas. Estos roles se extienden a las relaciones amorosas, incluso las homosexuales: “¿quién de ustedes es el hombre?”, suelen detonar las parejas lesbianas.
A decir de Hernández Cervantes, estas expectativas distorsionan las habilidades sociales y determinan la gestión de los afectos. Mientras que es permisible el cariño y la ternura entre mujeres, las relaciones entre hombres suelen ser bruscas.
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De acuerdo con el INEGI (2016), el 43.9% de las mujeres mayores de 15 años han experimentado violencia en la pareja. De estas, el 41.1% han vivido violencia emocional, 20.9% violencia patrimonial, 17.9% violencia física y 6.5% violencia sexual.
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Cada parte tiene su responsabilidad en la prevención de las violencias en el ámbito de pareja. Claudia Alonso invita a las mujeres a legitimar sus sentimientos, sus “males no nombrados”, y acudir a miradas expertas para nombrar esas emociones, indagar su origen y trabajar en ello.
Por su parte, Quetzalcóatl Hernández exhorta a los varones a validar sus afectos tanto de manera individual como con otras personas. Esto permitirá construir vínculos interpersonales basados en la empatía y el reconocimiento mutuo. “Una relación de pareja lleva al crecimiento. Si yo detecto que ya hay competencia, ‘a ver a quién le duele más’, esas son señales de alerta”.
Amor moderno
Aunque pudiera parecer de otra manera, el amor romántico codependiente está en todas partes. Los académicos de la IBERO Puebla coinciden en que una forma saludable de amar está basada en el diálogo abierto y en el cuestionamiento de las prácticas shakesperianas hoy obsoletas.
Alonso González entiende el romance como el vínculo entre dos libertades que se encuentran, no necesariamente que se complementan. Se trata, describe la experta, de una relación de crecimiento mutuo cuya acotación permite experimentar plenamente otras áreas de la vida. Además, esta perspectiva permite prevenir violencias graves y concientizar que el vínculo puede terminar.
Quetzalcóatl Hernández añade que las relaciones deben basarse en el anhelo de un futuro común, no en la nostalgia por un pasado que no es más. En palabras de Sally Rooney en la novela Gente normal (2018): “Todos estos años Connell y ella han sido como dos plantitas compartiendo el mismo trozo de tierra, han crecido el uno en torno al otro retorciéndose para hacerse sitio, adoptando posturas improbables”.