En la encíclica Fratelli Tutti (2020), el papa Francisco apunta: “solo identificándome con los últimos llegaré a ser hermano y hermana de todos”. La idea de hermanarse con la otredad persigue la necesidad imperante de comenzar a pensar en las personas desde la dignidad. El encuentro solidario con la diversidad, dice el Santo Padre, contribuye a generar sociedades justas y esperanzadoras.
Como reflejo de su formación jesuita, Francisco invita a tener una mirada contemplativa de la realidad que ponga a las personas en el centro. La misma premisa es recuperada por la IBERO Puebla en sus diferentes espacios de formación e incidencia social, como es el curso anual Formación en migración para la transformación social que cerró sus actividades con una conferencia magistral.
La COVID es el primer eslabón en una cadena de problemáticas sociales, políticas, económicas, ambientales y morales que afectan al mundo en la actualidad. Una de ellas, la migración, concierne a 1,000 millones de personas, de las cuales 280 millones se desplazan de manera internacional. El peligro de abordar el fenómeno desde la estadística es la deshumanización de las experiencias vitales.
Los movimientos migratorios, especialmente los que se realizan de forma masiva, detonan una serie de emociones que van desde la compasión al rechazo. “En muchas ocasiones, los migrantes son vistos como los chivos expiatorios […]. Es más fácil echarle la culpa al que viene de fuera, al que no puede votar, al que habla diferente…”, aseguró Alberto Ares, SJ, director del Servicio Jesuita a Refugiados Europa.
Un fenómeno tan complejo como el desplazamiento de personas pone a prueba la fraternidad total auspiciada por Francisco. Su enfoque, no obstante, cuenta con un amplio antecedente en el Vaticano: Juan Pablo II puso el foco de los movimientos migratorios en las personas, mientras que Benedicto XVI lo asumió como un signo de los tiempos. El discurso del pontífice actual se centra en la cultura del cuidado y del encuentro como vías para construir la amistad social.
Así, el principio de una fraternidad familiar busca anteponerse a las posturas dominantes que señalan al migrante como un ser inferior y no grato. “Como buenos samaritanos estamos llamados a cuidarnos los unos a los otros sin importar las barreras”, apunta la encíclica. Francisco invita a las personas a elegir la reconciliación por encima del rechazo.
Existen miedos ancestrales que no han sido superados; uno de ellos se expresa en el repudio a lo desconocido. Alberto Ares aseguró que la erradicación de fobias requiere de una apertura del mundo basada en los principios elementales de derechos humanos que reconocen la dignidad de todas las personas.
Dicho proceso debe inspirarse en un espíritu de hospitalidad, virtud amorosa que permite comprender las circunstancias en las cuales una persona abandona su hogar, para incluirla en una comunidad más armónica. Decía San Agustín: “Nadie se envanezca porque acoge al inmigrante: Cristo lo fue”.
En Fratelli tutti se proponen acciones sustanciales como incrementar visados, abrir corredores comunitarios y garantizar el acceso a servicios básicos y a documentos de identidad.
Existe una dimensión política ineludible en la fraternidad. La constitución de órdenes sociopolíticos incluyentes requiere de una mirada compasiva que permita que todas las personas accedan a todos los beneficios de una ciudadanía. Además, la encíclica también convoca a redefinir el concepto de identidad para ampliarlo a la aceptación de la humanidad como gran una familia.
Fratelli Tutti ofrece una iniciativa para encaminar políticas públicas inclusivas basadas en cuatro verbos: acoger, promover, proteger e integrar. Para el conferencista, las legislaciones nacionales e internacionales deben estar orientadas a sanar las problemáticas sociales en lugar de encontrar en la persona migrante el origen de todos los males.
Para no quedarse en propuestas idílicas, Alberto Ares ha dedicado su vida a la construcción de puentes entre diferentes actores sociales para contrarrestar las autocomplacencias del Estado, las Iglesias y las organizaciones sociales. “La encíclica nos ayuda a ver que somos mucho más allá de nuestro ombligo. Si ponemos en el centro a las personas es más fácil construir proyectos”, concluyó.