Aunque México vivía una crisis social en 1968, ser sede de los Juegos de la XIX Olimpiada estableció un antes y un después en la historia del país, y el ámbito cultural se benefició en gran medida.

Este evento fue un parteaguas, ya que los atletas mexicanos ganaron nueve medallas; nuestra nación obtuvo un lugar sociocultural en el mundo; se impulsó el rubro económico; se diseñaron y construyeron instalaciones deportivas; se emplearon nuevos métodos científicos para medir los efectos de la altitud y, por primera vez, se realizaron controles de antidopaje.

Los Juegos Olímpicos representaban un momento especial para el deporte a nivel internacional, era la llegada a la modernidad, al primer mundo, al desarrollo. México estaba estable y crecía económicamente, señala la experta del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Eugenia Allier Montaño.

El 12 de octubre de 1968 nuestro país inició una nueva etapa en el orbe. La inauguración de este magno evento en el Estadio Olímpico Universitario generó en los mexicanos emoción y felicidad al presenciar a los mejores atletas compitiendo en las disciplinas más reconocidas.

En 1963 se obtuvo el título para ser la sede oficial. El evento deportivo se efectuó en el periodo del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. A pesar de ello, también se vivió un gobierno con diversos movimientos sociales que repercutieron en la imagen de la nación ante el mundo.

Se temía por la celebración de estas Olimpiadas debido a que días antes ocurrió la masacre en Tlatelolco, donde cientos de estudiantes fueron asesinados en la Plaza de las Tres Culturas.

“Si bien es cierto que la violencia revolucionaria había acabado, ahora comenzaba una violencia política. Era un país que además de tener una estabilidad económica mantenía una política de represión y violencia ante el enemigo de ese momento, como lo fue con el movimiento estudiantil”, destaca la investigadora y docente en el Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Pese a las adversidades y desprestigio, las competencias transcurrieron con el inicio de nuevos récords deportivos; la igualdad de género formó parte de este evento, como fue el caso de Enriqueta Basilo, primera mujer en portar la antorcha con el fuego olímpico y encender el pebetero.

En ese periodo la Universidad Nacional jugó un papel fundamental: primero, con el apoyo del rector en aquel momento, Javier Barros Sierra, al movimiento estudiantil y, luego, al ser sede de los Juegos. “Hubo participación de los estudiantes, algunos estaban felices, pero los que vivieron el movimiento no tenían esa postura. La UNAM era de las que más se había movilizado en esa crisis estudiantil”, enfatiza Allier Montaño.

Recuerda que el movimiento cobró mayor fuerza, y aunque el gobierno buscó reprimirlo, los medios internacionales dieron cobertura a los hechos. Se dio una vinculación historiográfica de ese acontecimiento con las Olimpiadas.

El encuentro deportivo se llevó a cabo con éxito, las competencias se efectuaron en tiempo y forma, además se estableció un precedente en el uso de innovaciones tecnológicas y fueron las primeras Olimpiadas que se transmitieron vía satélite.

“El deporte nunca ha estado aislado de la esfera política; desde mucho antes del 68 se sabía lo que implican estos juegos. Es fundamental lo que pasa en la política, todo eso siempre se ve reflejado en los juegos, como en el caso de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, o la divulgación de los derechos civiles en Estados Unidos”, expone la universitaria.

Por Veral