Este peculiar alimento es la mejor representación de un sincretismo, tiene su origen en la época de la Conquista, pero inspirado en rituales prehispánicos, y hoy en día es uno de los componentes más importantes de las ofrendas del Día de muertos.
Este pan redondo, adornado de “huesos” de masa, simboliza por su forma circular el ciclo de la vida y la muerte, el pequeño círculo al centro en la parte superior representa el cráneo, las cuatro canelillas ubicadas a los lados representan los cuatro puntos cardinales y los huesos, también son las lágrimas derramadas por los difuntos.
Esta delicia de la panadería tiene como ingredientes principales: harina de trigo, azúcar, huevos, y generalmente está adornado con ajonjolí o bien cubierto de azúcar, como toque especial perfumado con azahares y anís.
La tradición y el consumo del pan de muerto es mayor en el sur y el centro de México. Aunque Sonora tiene la mayor producción de trigo panificable 407 mil 100 toneladas. La harina del pan de muerto se obtiene de la molienda del grano de trigo panificable que contiene proteínas gliadinas y gluteninas que facilitan la elaboración de panes de alta calidad.
A lo largo de la República encontramos muchas variedades de pan de muerto, algunas de ellas, por ejemplo en la región de Tixtla en Guerrero, se elaboran panes conocidos como almas con azúcar, burros con azúcar rosa, conejos y patas de mula, pan bordado, en la región huasteca se produce en estas fechas el pan conocido como «peluca», pan que solía repartirse en los velorios y puesto en las ofrendas de muertos; en Michoacán son panes en forma de flores y calaveras pintadas con los nombres de los difuntos y de los vivos, con refranes y sentencias.
Así, la celebración de los difuntos se convierte así en un banquete mortuorio, donde los productos cultivados en el campo mexicano por la manos de nuestros pequeños y medianos productores permiten la elaboración de esta obra maestra de la panadería mexicana, mezcla de cultura y tradición.