Han pasado 5 años pero la Comunidad Universitaria no deja de sentir indignación por la muerte de nuestra estudiante de Ciencias Políticas, Mara Fernanda Castilla Miranda, por ello, estudiantes y profesores de la Institución, se dieron cita en la Capilla Universitaria para recordarle y refrendar su rechazo a los actos de violencia, que día con día aquejan a la sociedad.
En este sentido, la Dirección de Formación, Cultura y Liderazgo, firme a su compromiso de seguir trabajando por el bien común, exhortó a los presentes a impulsar desde sus hogares una cultura de paz para contribuir en la formación de una sociedad con valores y libre de violencia.
Por su parte, el Padre Gabriel Meneses Arce, Capellán de la Institución, compartió una reflexión a través de la cual invita a toda la Comunidad a ser autocríticos y reconocer su responsabilidad para hacer posible una sociedad libre de violencia alejándose de la postura de vive y deja vivir sin consecuencias; alimentando pasiones desordenadas, desterrando a Dios de sus vidas, calificando a esto último, como la “única medicina que puede curar definitivamente esta enfermedad en la sociedad”.
Llevamos ya varios años viviendo un clima de inseguridad y violencia en nuestro país; no es la primera vez que esto sucede, lamentablemente hemos vivido distintas épocas en nuestra historia en que los mexicanos acaban con la vida de otros mexicanos.
Ante esta realidad, es importante ser autocríticos, y reflexionar si verdaderamente hemos estado actuando de la forma correcta.
Uno de los sentimientos que más queremos evitar en nuestra vida es la culpa, y para evitarlo buscamos otros culpables, al grado de que, no nos importa que las cosas salgan mal, siempre y cuando “yo no sea culpable”; estamos más preocupados por nuestro sentir que por el verdadero bien. Es ante esta realidad que debemos hacer presentes las palabras de nuestro Señor que nos dice: “Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos y conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31b – 32).
Esto implica reconocer el verdadero problema y la verdadera solución. Es cierto que el gobierno es culpable, igual que los grupos criminales; pero también es verdad que cada uno de nosotros como miembros de esta sociedad, compartimos en mayor o menor proporción cierta culpa en este problema, lo cual nos hace responsables y nos obliga a actuar al respecto.
Sin darnos cuenta, como sociedad, nos dedicamos a cortar indefinidamente las cabezas de la hiedra, pero al mismo tiempo alimentamos y fortalecemos el cuerpo de ese monstruo que nos destruye; luchamos contra las consecuencias, pero alimentamos la raíz del problema.
Expongo a continuación algunos elementos que considero son aparte de la raíz del problema:
Alimentando el no pasa nada y la postura de vive y deja vivir sin consecuencias
Más que las frases en sí mismas, debemos cuidar que estas no sean la justificación de una actitud egoísta, en la cual pretendo actuar sin pensar en las consecuencias, solamente movido por mis gustos, o hacer lo que quiera sin que nadie me pueda corregir. Esta forma de pensar poco a poco va generando una sociedad permisiva e indiferente frente al mal; por consiguiente, debemos ser conscientes de que nuestras acciones tienen consecuencias, y si, si pasa algo que afecta a los demás, y que el seguir adelante con mi vida no puede hacer de lado el bien de los demás. Tenemos que frenar la avalancha antes de que crezca la bola de nieve
Alimentando las pasiones desordenadas
Todo delito tiene como raíz una pasión desordenada, mi pasión por el dinero, por el poder, por la fama, etc. Cuando mi pasión desordenada se vuelve prioridad en mi vida, soy capaz de hacer de lado todo lo que me estorba para conseguir lo que quiero, incluso a mi hermano si es necesario.
Hoy tenemos una sociedad que promueve la vivencia de las pasiones desordenadas; que ve la castidad, virtud que ordena nuestras pasiones hacia el amor fecundo, como algo absurdo. ¿Cómo pretendemos que cada persona ordene sus pasiones hacia el bien y el respeto si al mismo tiempo estamos promoviendo que éstas se vivan sin límite?, es ingenuo pretender que cada persona podrá acelerar y frenar sus pasiones sin consecuencia; si seguimos con esta actitud, estaremos generando monstruos que nos llevan a la autodestrucción. Es por eso que no debemos renunciar como sociedad al fomento de la virtud, en especial la castidad, para nuestras pasiones se ordenen al amor verdadero.
Desterrando a Dios de nuestras vidas
La raíz de todos estos males es el pecado, desafortunadamente el ser humano está inclinado hacia él por la concupiscencia, además de que luchamos contra las tentaciones del mundo y del Demonio. Lo único que puede vencer el pecado es la gracia de Dios; si desterramos a Dios de la sociedad, estaremos eliminando de nuestras vidas la única medicina que puede curar definitivamente esta enfermedad en la sociedad.
Esta realidad no debe permitir que perdamos la esperanza, pues Cristo, quien es fuente de la gracia, que vence al pecado, permanece para siempre a nuestro lado, y siempre estará dispuesto a brindarnos su auxilio, si lo buscamos con un corazón arrepentido. Por muy adversa que pueda ser la situación, siempre estaremos en manos de Dios, y envueltos en su gracia, hará que todo nuestro trabajo por la paz tenga frutos en la eternidad. Tengamos la certeza de que la vida eterna no nos la arrebata ningún mal gobierno, ningún grupo criminal, ni siquiera nuestros propios errores si sabemos arrepentirnos. Si nuestra esperanza está puesta en las promesas de Cristo, estaremos en lugar seguro.
Hoy que con tristeza recordamos a nuestra querida Mara, y a todos nuestros compañeros que han dejado un lugar vacío en nuestras aulas, recordemos también que tenemos un compromiso con nuestra sociedad, y como institución católica, asumimos una gran responsabilidad en esta lucha contra el mal. Dios no ha dado una vocación específica, la cual implica el don de conocer la importancia de la gracia y de tener su presencia permanente. No podemos guardar la cura contra la enfermedad si la conocemos; por eso es importante que todos nos asumamos como misioneros, ciudadanos responsables, promotores de justicia y de paz, para que en Cristo nuestros pueblos tengan vida digna.