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La gastronomía poblana es vasta, sabrosa, pero sobre todo variada, va desde los antojitos caseros hasta los platos fuertes espectaculares que guardan con celo una cocina única e irrepetible.

Entre sus tesoros destaca la cemita, que tiene como esencia su pan, de origen muy antiguo, que como todos los panes consumidos en México fueron introducidos originalmente por los conquistadores y, al paso del tiempo, fueron enriquecidos en sus formas, sabores y técnicas por los franceses.

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“La cemita es eminentemente ibérica y es el resultado de dos variedades de pan que, durante el Virreinato, la ciudad de Puebla entregaba como tributo a la corona española”.

Esperanza Toral[1], en El origen de las cemitas

Otra característica del pan de la cemita es el adorno con ajonjolí que lleva en la tapa, en la que los artesanos alcanzaron gran destreza y la decoraban con flores, estrellas, animales, frases, nombres y paisajes. Es célebre una anécdota que cuenta que el general Maximino Ávila Camacho brindó una comida en Teziutlán en la que las cemitas consumidas tenían dibujado el escudo de armas de ese municipio.

En el siglo XIX, las cemitas se preparaban en casa y se rellenaban con papa, frijol y nopal, pero actualmente, el relleno es una explosión de sabores, puedes elegir entre diversas carnes frías, pechuga de pollo, pierna de cerdo, jamón, milanesa, o bien, combinarlas entre sí y deben también deben llevar chile chipotle, quesillo y hojas de pápalo, que le dan un sabor único.

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El gusto por degustar cemitas poblanas ha trascendido hacia varios estados colindantes, principalmente a la Ciudad de México, mostrando que igual que #ElCampoNoSeDetiene, tampoco el gusto de llevar los sabores de las cocinas tradicionales a todos y cada uno de nuestros estados.


[1]
 Historiadora, biógrafa, investigadora y escritora mexicana.

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Por Veral

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